El miedo y la ansiedad son emociones normales de adaptación

El miedo es contagioso. Una persona, en la calle o en la televisión, que expresa temor en su cara, contagia a su entorno. Una vez que aparece el miedo se generaliza hacia otras cosas que antes no se temían. Es una alarma como respuesta ante una urgencia real, viene con un patrón innato de reacción claramente modificable por medio del aprendizaje. El miedo tiene una constante notable a lo largo de todas las especies porque no sólo tiene la función de aprestarse para la defensa, sino que también sirve para la comunicación.

La estructura del miedo es un programa biológico que nos dice cuándo escapar del peligro. Es una respuesta involuntaria a las amenazas en el ambiente social y físico. Se apoya en la memoria, en la imaginación y en la anticipación a las amenazas. Persiste por la cultura y por factores individuales tales como preocupaciones por la salud, la inseguridad, la alimentación, la pérdida de empleo y la pérdida de pertenencias.

Por otra parte hay tres caminos para la adquisición del miedo que se aprende: por medio de un trauma, por la transmisión de información verbal o escrita y por la observación de uno o varios prototipos cuyas palabras y expresiones faciales amenazan sobre peligros inminentes.

Cuando el miedo continúa por mucho tiempo se torna en ansiedad la cual se manifiesta en nerviosismo, aprehensión, intranquilidad, perturbación, incomodidad, susto sostenido. Casi siempre es ante un peligro irreal e imaginario.

Las emociones tienen la particularidad de que en el cerebro habitan lejos y están desconectadas de la zona del raciocinio, la planificación y la toma de decisiones. De ahí que la psicología basada en la evidencia empírica señala que hablar sobre los problemas y cómo resolverlos no es suficiente, requiere acción para iniciar un cambio.

Los impulsos e improvisaciones son muy difíciles de controlar, y por eso cuesta tener comando sobre ellos. Cuando sentimos miedo la información entra por los sentidos, va directo al sistema muscular, y ¡salimos corriendo a buscar un sitio seguro!

A tal punto que el miedo intenso, conocido como el Síndrome del Estrés Post Traumático -un estado prolongado de preocupación por la propia vulnerabilidad- conduce a imaginar monstruos debajo de la cama o en la oscuridad de los gabinetes. Sin duda alguna esto tiene un profundo impacto negativo en la salud mental y en la salud física.

Una vez activado el módulo del miedo éste sigue su curso y la persona se paraliza. Aparecen la confusión y la fragmentación: “no puedo creer lo que está pasando”, “¿qué va a ocurrir ahora?”.

Algunos se acomodan, es lo que se llama habituación: “mientras más lo toleras, más fácil lo afrontas” Pero otros no se acostumbran y permanecen tan temerosos como la primera vez, paralizados, incapaces de actuar. A ese nivel, las reacciones son rígidas, se perturban las facultades mentales y sigue la postración.

Está demostrado que no es posible superar el miedo mientras persistan la huida, la evitación conductual. La calma contrarresta el miedo y es posible dar un paso hacia delante y actuar para implantar soluciones.

La acción reduce el miedo y estimula a arriesgarse. De repente las amenazas que parecen espantosas se perciben más benignas y listas para superarlas. Esto último disminuye la sensación de peligro, minimiza las cavilaciones, la ansiedad y evita las conductas de escape.

Actuar tiene un efecto liberador, aumenta el compromiso social. Es una experiencia de maestría que guía hacia una transformación personal y colectiva.

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Autores

Psicóloga Felicitas Kort
felicitaskort@gmail.com | + Artículos

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