Sueño y destino
Jung consideraba que los “sueños iniciales” que aparecen al principio de la terapia o son recordados desde la temprana infancia frecuentemente poseen un valor de pronóstico: revelan “en amplia perspectiva, el programa completo del inconsciente” (CW 16:43). Si alcance puede ser de tal magnitud que podría equipararse el sueño con destino. Nietzsche había tenido el siguiente sueño el día anterior a la muerte de su hermanito Joseph quien no había cumplido aún los dos años de edad y a unos meses de la muerte de su padre. Puesto que este es el primer sueño recordado por el trágico pensador y reportado dos veces en las notas autobiográficas de su juventud, lo asumiré en calidad de “sueño inicial”.
Soñé que escuchaba los sonidos de un órgano procedente de un iglesia, como si se llevase a cabo un funeral. Cuando traté de descubrir que sucedía observé que una tumba se abría de repente y vi emerger de ella a la figura de mi padre envuelto en su mortaja. Corrió apurado hacia la iglesia y casi inmediatamente regresó con un niño pequeño en sus brazos. Retornó a su tumba y la lápida volvió a caer sobre ésta. La música de órgano casó inmediatamente y me desperté. Al día siguiente, el pequeño Joseph comenzó a sufrir espasmos y murió luego de unas horas. Mi dolor fue inconmensurable. Mi sueño se había cumplido completamente (DMV 45).
Si nos aproximamos al sueño desde una perspectiva reductiva, es falible interpretarlo como la realización del deseo inconsciente de muerte de su hermanito. Desde tal perspectiva el material onírico ofrecería tan sólo una re edición del eterno drama de la rivalidad fraternal. Con todo, no podría dar cuenta del carácter anticipatorio del mismo.1 Sin embargo, desde la psicología junguiana se suele realizar, además, una lectura sintética subjetiva; es decir, se asume cada imagen del sueño (padre, hermano, iglesia, tumba, etc.) como rasgos intrínsecos de la propia personalidad del soñante.2 Por ende, podríamos señalar que desde una visión simbólica arquetipal, el sueño – el cual permaneció indeleble en la memoria de Nietzsche además de anunciar vaticinadoramente la desaparición física del “pequeño Joseph”, también resultó ser heraldo del trágico destino del propio Nietzsche pues, el pasado, personificado por el padre muerto, viene a apoderarse del futuro representado en el niño.3 Al fin y al cabo, el padre no aparece en el sueño como una figura ni amorosa ni orientadora, sino como un cadáver “con ojos abiertos”: un senex demoníaco que le roba al frágil ego (representado por el niño pequeño) su capacidad de desarrollo. De tal manera, el niño pareciera estar condenado tempranamente.
Nietzsche muestra estar consciente de su aciago sino cuando confiesa a sus cuarenta y tres años: “Mi fatalidad es que como mi padre ya he muerto” (EH). Una situación que pone en evidencia el hecho de que a través de un duelo patológico Nietzsche encriptó la imago paterna e instaló su tumba en su interioridad. Más aun, el sueño parece anunciar la presencia de un potencial psicótico latente. Dado el hecho de que la conciencia es simbólicamente de naturaleza masculina (ámbito patriarcal) y el inconsciente es asumido como de índole femenina (ámbito matriarcal), podemos apreciar como el sueño anuncia la inmersión de la conciencia (psicosis) en las fauces del inconsciente femenino (tumba).4
“Cuando la Gran Madre domina a su hijo amante”, escribe Neumann, “éste está condenado a una temprana muerte [psíquica]; el inconsciente asimila todas las actividades del ego, empleándolo para sus propios propósitos e impidiéndole la maduración hacia la realidad de un mundo consciente independiente” (1974, 60).
Estimo relevante señalar que en décadas posteriores, en su Zaratustra, Nietzsche incluye en el capítulo titulado “El adivino”, un sueño tenido por él y que parece replicar la misma temática re afirmando con ello el adverso hado augurado ya en el sueño de su aurora. Se trata de un sueño, o mejor dicho, una pesadilla con reminiscencias góticas:
Soñé que había repudiado toda vida y me había hecho sereno y guardián de tumbas en el castillo de la Muerte enclavado en solitaria cumbre. Allí custodiaba yo féretros; estaban repletas las tétricas bóvedas de tales trofeos. Desde el interior de los féretros de vidrio me miraba la vida vencida. Respiraba yo el olor de eternidades polvorientas; sofocada y cubierta de polvo yacía mi alma. ¡Como podría airear allí el alma! Rodeábame siempre claridad de medianoche; y junto a ella se agazapaba la soledad, como también lúgubre silencio sepulcral, el más malo de mis compañeros. Llevaba yo encima las más herrumbrosas de todas las llaves; y con ellas sabia abrir la más rechinante de todas las puertas. Cual rabioso graznido rodaba el sonido por los largos corredores cuando se abría la puerta; era como si un ave abriese las alas chillando con rabia por haber sido despertada. Pero aun más horrible y espantoso era cuando enmudecía la puerta y yo me quedaba de nuevo a solas con el pérfido silencio. Así me transcurría, mejor dicho, se me arrastraba el tiempo, si es que el tiempo existía todavía. Más al fin sucedió lo que me despertó. Tres veces golpearon contra la puerta golpes cual truenos, y otras tantas veces el eco retumbo en la bóvedas. Entonces me encaminé a la puerta. “¡Alpa!”, llame, ¿Quién lleva su ceniza a la montaña? ¡Alpa! ¡Alpa! ¿Quién lleva su ceniza a la montaña?” E introduje la llave en el ojo de la cerradura y pugné por abrir la puerta. Pero en vano. Entonces, de golpe, una ráfaga de viento la abrió de par en par y en un desenfreno de silbidos y chillidos, me arrojó a los pies un féretro negro. Y en medio de bramidos, silbidos y chillidos, se rompió el féretro, vomitando mil carcajadas. Y mil fachas de niños, ángeles, lechuzas, locos y mariposas del tamaño de niños, se me echaron encima en una tempestad de carcajadas, denuestos y bramidos. Preso de pavor quede tendido en el suelo; y grite de espanto como nunca antes había gritado (Z II:19).
Utilizando el método de amplificación creado por Jung, podemos interpretar las imágenes del sueño comparándolas con imágenes similares de otras fuentes. En ese respecto, estimo que la imaginería onírica evoca fielmente el mito de Urano, una de las deidades patriarcales de la mitología griega más antigua y primitiva.5
Dios de los cielos e hijo de Gea, la Madre Tierra. Urano, incapaz de tolerar su propia progenie, los Titanes, procreados incestuosamente con su madre, fueron retornados por el Padre Celestial a la matriz del magma viviente donde se vieron forzados a permanecer atrapados (titanomaquia).6 De tal manera, el nous (espíritu) de Nietzsche permaneció atrapado en la physis (materia) representado por las entrañas de la tierra.7 En sus años de la adolescencia Nietzsche escribió: “¡Ah, Naturaleza! ¡Qué fuertes son las lazos con los cuales me aprisionas!” (DMV 112).
El mito de Urano, asimismo, encarna un drama que no se lleva a efecto en la psique sino en la physis: el hijo sofocado (ego) se materializa o manifiesta a través del soma (madre cuerpo materia). Tal condición resulta evidente a lo largo de toda la vida del pensador, cuyas reacciones ante los conflictos psicológicos son causa de numerosas manifestaciones psicosomáticas. Debido a su fuerte identificación con el padre “A la misma edad en que la vida de mi padre se hundió, lo hizo también la mía” (EH I:1) , y debido a la incapacidad mostrada por la madre de proveerle un cuidado emocional básico, inmediatamente después de la muerte del padre y, a semejanza de él, Nietzsche comenzó a tener problemas con su visión hasta el punto de degenerar en una cuasi ceguera. Cercano a su declive psicológico, el pensador reconoció el origen psicosomático de su trastorno: “Nadie pudo demostrar ninguna degeneración localizada en mi cuerpo, ninguna dolencia… de origen orgánico… Mi problema con la vista, que a veces se aproxima peligrosamente a la ceguera, también es solo consecuencia, no causa, ya que cuando se me incrementa la fuerza vital también lo hace la fuerza visual” (EH I:1). Bajo la égida de la consciencia uránica, el ego permanece primordialmente en una situación psíquica que podríamos calificar de “hijo de mamá” y que es descrita por Neumann de la siguiente manera: “Con el hijo de mamá, el Padre Dios es eclipsado por la Madre Terrible y ambos, a la vez, se hayan aferrados al vientre y aislados del…lado solar [patriarcal]” (1991, 189). El espíritu encapsulado en la Madre materia conduce al ego a actuar bajo una ciega repetición. Tal condición psíquica queda excelsamente reflejada a través de una de las doctrinas más relevantes de Nietzsche, el “eterno retorno de lo mismo”: “El tiempo es un círculo… ¿No debe haber recorrido ya una vez este camino todo lo que pueda correr? o ¿No debe de haber acontecido y pasado por aquí ya una vez todo lo que puede acontecer?… ¿No debemos de haber existido todos ya una vez?” (Z III:2), se pregunta Nietzsche por boca de Zaratustra, su dramatis persona.
A su vez, el terrible temor generado por la imago de un Padre castrador –encarnado en el ánimus primitivo de la madre fálica –conduce a la persona con una consciencia uránica a ser dócil, complaciente y obstinadamente apegada al status quo, a fin de liberarse de la amenaza de un cruel castigo que podría ser impuesto por un iracundo y primitivo dios (ansiedad de castración). Ese es el caso de niño Fritz, cuya docilidad extrema, afabilidad y disciplina contribuyeron a que le conociera con el nombre de “pequeño pastor”.8 A semejanza de una bestia salvaje, Nietzsche fue domesticado por rígidas reglas y preceptos por parte de su madre y sustitutas. Elisabeth, la hermana de Nietzsche, recuerda lo siguiente:
[Mi hermano] era extremadamente fuerte y, de niño, muy temperamental. Rasgos que se negaba a aceptar en años posteriores pues, de acuerdo con la tradición familiar de los Nietzsche, él se vio forzado a controlarse desde temprana edad. De más mayorcito, cuando cometía alguna torpeza o rompía algo que ameritaba algún regaño, él se sonrojaba mucho pero no decía absolutamente nada. Se retiraba silenciosamente a su soledad. Después de un tiempo tendía a reaparecer con modesta dignidad y, o bien, rogaba ser perdonado si se convencía que realmente era su culpa o simplemente no decía nada (Förster Nietzsche 1912, 12 13).
Cabria asimismo preguntarse, ¿cómo pudo haber interpretado el niño Fritz a tan temprana edad la sobrevivencia efímera de lo masculino mientras que lo femenino se asía radicalmente a la vida? En años más tardíos, lo femenino fue percibido por Nietzsche como el amo de la vida y de la muerte y, en referencia al amor, en “la lucha eterna de los sexos”, lo femenino tendía a ser presentado como el antagonista más poderoso.
Con respecto al aspecto sombrío del arquetipo materno, Neumann sugiere:
Tras el arquetipo de la terrible Madre Tierra se asoma amenazadora la experiencia de la muerte, cuando la tierra reclama su prole fallecida, la divide y disuelve a fin de hacerse fecunda. Esta experiencia ha sido conservada en los ritos de la Madre Terrible, quien, en su proyección sobre la tierra, se convierte en la devoradora de carne y finalmente en el sarcófago… Castración, muerte y desmembramiento a este nivel son todos términos equivalentes (1991, 58)
Finalmente, cabe apuntar además que este sueño interpretado dentro de la totalidad de contexto de la vida de Nietzsche parece indicar asimismo su deseo de reunirse una vez más con su amado padre en el lugar que yacerían ambos hasta el final de los tiempos: en las entrañas de la tierra devoradora. Aunque el pequeño Joseph haya sido el “elegido” para encarnar el deseo de su hermano mayor, Nietzsche vivenció este deseo de manera simbólica. El psicoterapeuta Alfred Collins estima que este deseo puede ser comprendido si consideramos que la “Unidad Padre Hijo implica que la muerte del padre es también la del hijo” (1994, 41). Al mismo tiempo, la muerte del padre estimula una intensa actividad en el arquetipo Padre Hijo. Al respecto señala:
En la India existen una serie de rituales muy complejos… que duran por años y que tienen como propósito elaborar las relaciones entre el padre muerto y el hijo… En el momento de la muerte del padre, se le enseña al hijo que debe yacer sobre el padre de tal manera que todas las esencias vitales sean transferidas al ser del hijo (Ibíd., 110).
Quizá como resultado de la “transferencia de esencias vitales del padre” al “ser del hijo”, el joven Nietzsche se dedicó con gran entusiasmo a componer música,10 a escribir poesía, a leer versículos bíblicos y poemas religiosos.
Nietzsche rememora ese período de su vida como una etapa marcada por una de gran soledad:
Ya por aquel entonces comenzaba a revelarse mi carácter. En el transcurso de mi corta vida había visto ya mucho dolor y aflicción y por eso no era tan gracioso ni desenvuelto como suelen ser los niños. Mis compañeros de escuela acostumbraban a burlarse de mí a causa de mi seriedad.… Desde la infancia busqué la soledad. Donde mejor me encontraba era en aquellos lugares en los que, sin ser molestado, podía abandonarme a mí mismo. Por lo general, esto sucedía en el templo abierto de la Naturaleza (DMV, 48).
En su escrito autobiográfico titulado Ecce homo, Nietzsche confesaría: “A una edad absurdamente temprana, a los siete años, yo ya sabía que nunca me afectaría una palabra humana” (EH II:10)■
Referencias
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El niño “habita en un mundo pre personal… en un mundo esencialmente condicionado por los arquetipos. Es un mundo cuya unidad, a diferencia de la consciencia desarrollada, no está escindida en una realidad física externa y una realidad psíquica interna. En consecuencia, todo lo que le sucede a esta personalidad aun en desarrollo posee un carácter numinoso y mítico” (Neumann 1974, 7). Neumann agrega: “Precisamente por que el niño con una consciencia no desarrollada vive aun en el sustrato mítico de las imágenes primigenias…. Posee una ‘apercepción mitológica’ del mundo y es capaz de expresar contenidos procedentes de los estratos más profundos” (Ibíd., 24).
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Al respecto Jung escribió” “Todo el trabajo con los sueños es esencialmente subjetivo y el sueño es un teatro en el cual el soñante es a su vez la escena, el actor, el apuntador, el productor, el autor, el público y el crítico. Esta simple verdad constituye la base de una concepción del significado onírico que he denominado ‘la interpretación a nivel subjetivo’” (CW 8:509)
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Jung consideraba que los sueños prospectivos “no son más que una combinación anticipada de probabilidades” (CW 8:493). Recomendaba, asimismo, que estos sueños “debieran de asumirse como un mapa preliminar o un plan esbozado por adelantado en lugar de ser estimados a modo de profecía” (Samuels, Shorter, Plaut 1986, 49).
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“Eso no quiere decir que todos los contenidos inconscientes aparecen simbólicamente como femeninos. El inconsciente contiene fuerzas, tendencias, complejos, instintos y arquetipos tanto masculinos como femeninos… No obstante, de manera general la consciencia simboliza al inconsciente como femenino y a sí mismo como masculino” (Neumann 1991, 148).
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A semejanza de Jehová, el Padre Urano representa una fuerza muy primitiva.
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Los titanes eran doce –seis hijos y seis hijas y fueron aprisionados en el Tártaro, un abismo ubicado en las entrañas de la tierra.
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El espíritu confinado en la materia cuerpo es un tema arquetipal: está presente en numerosos escritos de índole religiosa así como en trabajos filosóficos. Platón es el defensor mas renombrado de tal posición.
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La siguiente anécdota narrada por su hermana da cuenta de la docilidad de su carácter: Un día, ya finalizada la hora de clases, se desató un fuerte aguacero. Nosotras observábamos la calle Priestergasse en busca de Fritz. Vimos como todos los muchachos corrían como locos hacia sus casas y de pronto divisamos a Fritz. Éste venia caminando lentamente con la gorra cubriendo su pizarra… Mamá lo saludó y le gritó a lo lejos: ‘¡Corre, hijo corre!’ La cortina de lluvia nos impidió escuchar su respuesta. Cuando nuestra madre lo increpó por regresar empapado, el respondió seriamente: ‘Pero mamá, las reglas de la escuela prohíben que los muchachos brinquen y corran por las calles. Deben caminar despacio y decorosamente hacia sus hogares” (Förster Nietzsche 1912, I:87 88).
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“La iglesia… se halla ubicada entre el ego y los misterios divinos [inconsciente colectivo] así como el alma [ánima] se halla entre el ego y la comunión mística con Dios [Si mismo o Self]” (Fordham, 1958, 120).
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A la edad de doce años, Nietzsche ya había interpretado al piano numerosas sonatas y obras orquestales, asimismo, escribió varias composiciones musicales.