Todos, en mayor o en menor grado, vivimos una vida inauténtica al disociar, reprimir o suprimir aspectos de nuestra propia personalidad. Al irnos descarriando de nuestra real esencia, la psique reclamará tal desvío a través de la aparición de síntomas psíquicos o somáticos.

En consecuencia, se convierte en imperativo categórico el auto-conocimiento. En razón de ello, en los dinteles de piedra del antiguo oráculo de Delfos, construido sobre una de las laderas del monte Parnaso, los sacerdotes grabaron dos preceptos:

El primero referido a la sabiduría de Apolo, dios solar de la razón: “conócete a ti mismo” y el segundo, al de Dioniso, dios del cuerpo y la emoción, que reza: “Sé tú mismo”. Para lograr esa idónea completud se convierte en menester establecer una dialéctica entre consciente e inconsciente; entre mente (psique o alma) y cuerpo; entre razón y emoción.

En fin, entre lo apolíneo y dionisíaco. Cualquier desequilibrio en estos ámbitos complementarios es vivenciado por la psique como peligrosa unilateridad que tendrá su expresión a través de síntomas neuróticos tales como miedos irracionales, ansiedad, inhibiciones, compulsiones a realizar actos que el individuo no desea, amnesias, alteraciones del nivel de la conciencia, dificultad en las relaciones interpersonales, en el ejercicio de la sexualidad, etc.

Sin embargo, estos síntomas también pueden encontrar expresión a través de los “teatros del cuerpo”, en palabras de la psicoanalista Joyce McDougall. Pues la psique y el soma no son más que dos caras de la misma moneda.

El vínculo entre cuerpo y mente resulta ser tan intrínseco que es posible inferir un polo a partir de su complementario. Al respecto escribe el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung:

La distinción entre mente y cuerpo resulta ser una dicotomía artificial. Un acto de discriminación basado más bien en la peculiaridad de la cognición intelectual más que en la real naturaleza de la cosas. De hecho, existe una mezcla tan íntima entre los aspectos corporales y los psíquicos que no solo podemos sacar conclusiones de largo alcance tales como la constitución de la psique a partir de la constitución del cuerpo, sino además, podemos inferir a partir de las peculiaridades psíquicas las características corporales correspondientes. (CW 8, 619).

Lo que Jung nos pone de manifiesto es que cada fenómeno psíquico tiene su correlato físico.

Quisiera traer un caso de mi práctica analítica a fin de ejemplificar lo que podríamos calificar como “neurosis del cuerpo”:

La hija-amante

Cuando Ifigenia llega a consulta tiene 38 años. El motivo que reporta es que no le ha sido posible formar pareja estable y, temiendo al implacable tic-tac del reloj biológico, había decidido tener un hijo como madre soltera pero tampoco había podido quedar embarazada. Su ginecóloga no encontró alguna causa física para su infertilidad.
Ifigenia es la primogénita de una familia de cuatro hermanas. Su padre abandona a la madre por otra mujer cuando la paciente entra en la adolescencia. La madre cae en una profunda depresión y no logra formar otra pareja a lo largo del tiempo.

La paciente la describe como una mujer frustrada, incompetente y dependiente. Ifigenia crece con un sentimiento descalificatorio hacia la madre a quien acusa tácitamente de no haber sabido retener a su padre. Así mismo, muestra una idealización del padre a quien concibe como un hombre fuerte, exitoso e independiente. Cualidades que Ifigenia desea emular a fin de ganarse el amor paterno. Mientras ella “trae” al padre a todas las sesiones, la madre está completamente desdibujada de su discurso.

Este es el primer sueño que Ifigenia lleva a terapia:

Estoy dando un salto y marco con mi dedo la altura. Cuando miro la mancha dejada por mi huella me doy cuenta que el salto ha sido enorme. Mi papá me dice que ahora se me va a ser difícil pues tendré que superarme a mí misma. Me doy cuenta que estoy en una competencia con él y que después de que él salte y trate de superarme tendré que volver a saltar y llegar aún más alto.
Como podemos hacer patente, la paciente ha librado una batalla ad infinitum con el complejo paterno que le ha secuestrado su energía vital. Ifigenia ha logrado levantar una pequeña empresa y ha asociado al padre a la misma (él invirtió dinero pero trabaja independientemente como abogado).

Ella se ha entregado en cuerpo y alma a levantar a ese “hijo” que tiene con su padre a tal punto que ha dormido muchas noches en la oficina a fin de incrementar con creces el rendimiento de la empresa. Sin embargo, cada vez que le reportaba las ganancias al padre a fin de año, su respuesta siempre ha sido: “¿Eso es todo? Es una miseria”. Frustrada, Ifigenia se abocaba a planear nuevas estrategias de trabajo y se sacrificaba aún más para lograr mayores dividendos y, con ello, la aprobación de su progenitor.

Durante el primer año de terapia, se embaraza de un hombre que conoce a través de Internet y con el que mantuvo dos relaciones sexuales furtivas. Desecha al semental y señala con tono agresivo: “El huevón ese no está a mi altura…no voy a meter cualquier pendejo a mi castillo”.

Decide tener el hijo con su padre como padre sustituto. Hacen planes conjuntos para el futuro niño: quiero un varón pues le voy a dar a mi papá lo que siempre deseó y no tuvo. Él está entusiasmado y me dice que lo va a llevar a hacer kárate y fútbol. Al cabo de tres meses se produce un aborto espontáneo a semejanza de todas las relaciones que ha tenido en el pasado. Ifigenia, plagada de sentimientos de fracaso, se sume en profunda depresión. El padre, frustrado nuevamente con sus resultados, no la apoya durante esos momentos dolorosos.

Arduo fue el trabajo de de-potenciación del complejo paterno. Ifigenia logra des-idealizar tal figura y valorar lo que la madre tiene de positivo: los humaniza a ambos y logra apreciar sus claro-oscuros. Así mismo, comienza a valorar y contactar sus propios deseos y metas. Atiende más su cuerpo, la vida social y se regala ratos de ocio y de esparcimiento.

Al cabo de dos años, Ifigenia trae el siguiente sueño:

Me veo en una habitación. Mi papá está desnudo en la cama. Tiene una erección y me insta a satisfacerlo. Lo observo y le digo: “Búscate a otra para que te complazca… ya tú no me excitas más.”

Ifigenia se distancia física y emocionalmente del padre en los meses sucesivos a ese sueño. Existe un viejo adagio alquímico aplicable a toda situación psíquica: “Nada puede ser reunido si antes no ha sido separado y diferenciado.” Ifigenia logra formar una pareja sólida en actitud de simetría. Ya no prevalecen sus ansías de poder sobre el otro. Finalmente se cristaliza su acariciado deseo: se convierte en madre de un hermoso varón.

El padre de Ifigenia se acerca a su hija en calidad de abuelo. Ifigenia trabaja en la actualidad medio tiempo y en el otro, se aboca al cuidado de su hijo ayudada por su propia madre.
Son numerosos los casos en los que los psicoterapeutas podemos constatar la “neurosis del cuerpo” (y, muchas veces, la psicosis del mismo). A diferencia de los animales, nosotros los humanos podemos vivir las experiencias tanto de forma factual como en sentido figurado. Mediante la emoción podemos transponer una vivencia a la biología. Pues, para la biología el símbolo es la cosa en sí. El animal ante una situación de amenaza busca una solución concreta: huye, ataca, se mimetiza, etc.

El ser humano, además de esas soluciones concretas también se vale de soluciones imaginales: huye, ataca, se mimetiza pero a través de mecanismos de defensa: evitación, devaluación, etc. No obstante, a diferencia del animal, el hombre no puede huir de su situación interior que se le instala como sombra en el inconsciente. Y, como todo lo reprimido, en algún momento dejará escuchar su voz.

Somos los únicos seres vivos capaces de generar conflictos de orden imaginario. El síntoma es la cristalización/fosilización de una emoción, el cual, si bien puede generarse en el plano imaginal, puede hacerse cuerpo. El síntoma, es el símbolo, portador de la mayor información.

Por todo lo anteriormente referido, es necesario estimar los síntomas (psíquicos y físicos) como señales de alerta que deben ser atendidos con amplia visión. El síntoma es una manifestación consciente de un fenómeno inconsciente. Es necesario recuperarlo para la consciencia a través de la anamnesia a fin de lograr la curación: “Lo que el yo no consigue incorporar es patógeno”, concluye Jung. Es consecuencia, es de la mayor utilidad asumir los síntomas a modo de símbolos.

La palabra “símbolo” proviene del griego “syn (juntar) y “ballein” (arrojar): implicando la unión de opuestos (cuerpo y soma) o de lo conocido con lo desconocido (consciente e inconsciente). De tal manera, el síntoma/símbolo nos permitirá el acceso a estratos profundos del alma/psique. Es decir, es necesario moverse de lo fenoménico (lo observable) hacia la esencia simbólica de aquello que se observa.

Es preciso, tanto para los psicoterapeutas como para los médicos, asumir una aproximación holística del paciente: una aproximación psicosomática. En un inicio se etiquetaba de psicosomático a toda enfermedad orgánica carente de base biológica. Por lo que los médicos lo descartaban como algo de índole psicológica y, por ende, de menos valor.

Sin embargo, con el tiempo el término se ha modificado para indicar la dependencia existente entre soma y psique en todos los estadios de salud y de enfermedad. Eso quiere decir, que tampoco podemos reducir todas las patologías a una psicología causalista pues estaríamos promoviendo precisamente la unilateridad que se busca erradicar a favor de una visión más totalizadora. Reducirlo todo a lo psíquico implicaría agravar la situación del paciente quien, además de sus pesares, también, tendría que cargar con sentimientos de culpa e impotencia.

El sendero dialéctico lleva a un enriquecedor encuentro entre los terapeutas del cuerpo y los de la psique/alma. La analista Denise Giménez concluye al respecto: “Existen muchas variables involucradas en la observación de cualquier fenómeno. Por ende, debiéramos asumir todas las enfermedades como psicosomáticas en la medida que envuelven en su origen, desarrollo y cura, una continua interrelación entre cuerpo y mente” (2004, p. 27).

Cuando el cuerpo habla también la psique/alma y tenemos que afinar el oído para escucharla a través de su templo: el cuerpo. Por ello, quisiera finalizar con las sabias palabras del poeta venezolano Alejandro Oliveros.

….Cuando el cuerpo habla, es necesario
hacer silencio, suspender la vanidad
y cubrirse de miel para que los sonidos
sean más claros. Para que la piel aprenda

la vainilla de las vocales, sienta
la canela de los pronombres,
y el monosílabo se extienda por los pliegues
y llanuras del cuerpo esplendoroso.

Cuando el cuerpo habla, en las posturas
más extremas, en Pompeya, en una sala
de operaciones o en la habitación del hotel
más simple, hay que acercarse y escuchar.

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Autores

Dra. Gertrudis Ostfeld de Bendayán
trudybendayan@gmail.com | + Artículos

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