La entrega del balón de oro siempre genera expectativas, especialmente entre las personas que, como yo, amamos el fútbol. Para mí este año ha sido especial por dos motivos: porque lo ha vuelto a conseguir Lionel Messi, jugador integrante de la selección argentina y porque en el desarrollo de ese talento futbolístico ha tenido un papel preponderante la disciplina técnico-científica en la cual me desarrollo, la biotecnología.

Cuando Lio tenía 10 años fue diagnosticado con déficit de la hormona del crecimiento, padecimiento que aqueja a uno de cada 10.000 niños menores de 14 años, y debió tratarse con una inyección diaria de esta sustancia durante un largo tiempo.

Esta hormona, también llamada somatotropina, se produce en la hipófisis (glándula ubicada debajo del cerebro) y actúa como “mensajero químico” indicándole al cuerpo que debe crecer. Es secretada en cantidades y momentos adecuados (su actividad principal tiene lugar durante las primeras horas del sueño) porque de lo contrario podría inducir a déficit de crecimiento (incluso enanismo) o al gigantismo.

Antes del advenimiento de la biotecnología moderna y con ella las técnicas de ingeniería genética, la somatotropina humana se obtenía de hipófisis de cadáveres, con el consiguiente riesgo de contaminación que esto conlleva y el elevado costo del tratamiento. Desde finales de la década de los 80 se produce en bacterias. Para ello se aísla el gen humano que produce la hormona (que está ubicado en el cromosoma 17) y se introduce en plásmidos.

Los plásmidos son pequeñas porciones de material genético (ADN) circular presentes en las bacterias. Es posible “cortarlos” con enzimas de restricción (proteínas que cortan ADN) y “pegarles” genes de interés, en este caso el de la hormona del crecimiento. Luego, esos plásmidos modificados son introducidos en bacterias de fácil cultivo y rápido crecimiento como la Escherichia coli.
A estas se las llama genéticamente modificadas y durante su vida producirán somatotropina humana, la cual es purificada químicamente y comercializada en ampollas inyectables. De esta manera se puede producir más cantidad de hormona (un recipiente con 500 litros de bacterias produce tanta hormona como 35 mil hipófisis) reduciendo los costos y los riesgos de contaminación.

Actualmente se han modificado vacas, incorporándoles el gen de la somatotropina humana, para que produzcan en su leche la hormona. La técnica ha sido exitosa y su producto está siendo exhaustivamente evaluado para ver la posibilidad de introducirlo al mercado. De lograrse este objetivo, se calcula que una sola vaca genéticamente modificada produciría toda la hormona necesaria para las necesidades de nuestro país.

El caso de Messi ha popularizado esta patología y ha demostrado que la biotecnología también puede ganar el balón de oro.

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Autores

Dra María Fabiana Malacarne
Dra. María Fabiana Malacarne
Ingeniera agrónoma y Doctora en Filosofía | + Artículos